Cuando una pareja decide tener hijos lo último que espera es que surjan dificultades para conseguirlo. Todas y todos hemos soñado con ese momento en que una noche de amor pasional, tras la decisión, acabe en una bonita escena de ella haciéndose el test de embarazo y diciéndole a él que está embarazada con la consiguiente alegría de ambos y del resto de la familia. Esta escena mil veces planteadas en el cine, y en ocasiones en la vida real, da lugar a una primera situación de desengaño cuando los primeros test después de relaciones en las que se buscó el embarazo, dan negativos uno tras otro.
Hay una circunstancia actual muy habitual y es el hecho de que cuando nos proponemos conseguir algo, lo queremos en el mismo momento que lo compramos. Internet mueve millones en mensajerías y servicios rápidos de entrega de paquetes. A veces gastamos más en conseguirlo rápido que en el mismo producto que compramos. Esta situación es actual, hasta estas dos últimas generaciones lo habitual era tener que esperar por casi todo lo que se compraba o deseaba. Pero el ser humano se habitúa rápido a todo lo que le agrada y la recompensa inmediata gusta.
Pero una cosa es que nos pueda gustar esa inmediatez del mercado y otra muy distinta que lo confundamos con el verdadero proceso de la naturaleza que no distingue de prisas o lentitudes. Ella, la naturaleza, va a su propio ritmo, no se somete a nuestro deseo.
Son muchas las pareja que ellas mismas se someten al estrés de querer conseguirlo ¡ya!, pues han creído que podrían controlar los tiempos, – lo hacemos ahora y así lo tenemos para después del verano que es mejor para nosotros…-. Frases como esta la hemos oído todos. Algunas parejas tienen suerte y el azar les proporciona el deseo, quedan embarazadas a la primera o segunda oportunidad pero una enorme mayoría comienza a estar pendiente de cada relación, de las fechas de posible ovulación, comienza la aplicación de fórmulas matemáticas para averiguarlo todo sobre cuándo estará ella en mejores condiciones y se olvidan de algo fundamental. El cuerpo humano no es una ecuación matemática, no es un reloj exacto, cada organismo es un mundo influenciado por muchísimos factores.
En la ilustración vemos los distintos niveles de organización de la experiencia humana (Rivera 2006).
Siguiendo la espiral desde su centro vemos como en el inicio están los átomos que componen cada partícula o molécula y así se van añadiendo los distintos componentes hasta la persona completa, pero tras ella también vemos como aparecen, la pareja con todos sus anteriores componentes también, desde el átomo hasta sus distintos sistemas y psicología que lo definen como individuo único, y tras ellos las familia de cada uno de ellos, el grupo social al que pertenecen, la sociedad donde viven, la cultura a la que pertenecen y por último la noosfera que se refiere al entorno medioambiental de nuestro planeta donde vivimos y nos desarrollamos y que tan deteriorado estamos dejando.
Cada uno de estos factores es susceptible de sufrir y provocar alteraciones y dificultar cualquier experiencia que nos propongamos.
Pongamos un ejemplo: Emocionalmente tengo ganas de pasar un buen fin de semana con mi pareja, para ello contrato una habitación de hotel, esta estará en función de mi capacidad económica en cada momento o de la disponibilidad del hotel, etc…, cuando vamos a ir, un simple resfriado nos deja el sistema respiratorio fastidiado y nos sentimos incapaces de disfrutar físicamente del tan soñado fin de semana, o a mi pareja le surge un conflicto inesperado con su familia. ¿A que lo entendemos perfectamente?
Pues esto mismo ocurre cuando deseamos tener un hijo/a, todos esos factores entran en juego y no siempre conseguimos lo que queremos cuando lo queremos.
Sin embargo esa situación de frustración será mayor cuando tras un período largo de intentos o embarazos fallidos, comenzamos a ser conscientes de que uno de los dos miembros de la pareja parece sufrir algún problema de infertilidad, esto va a condicionar una serie de cambios personales y en la relación de la pareja, que van desde una aceptación total hasta una auténtica crisis vital, de nuevo personal o de pareja.
Es una auténtica crisis porque cumple con las condiciones de la misma que nos propone Jl.G. de Rivera.
Pues es un cambio que:
• Rompe la sensación de continuidad psíquica de los eventos familiares
• Requiere una intervención, decisión o transformación
• Activa la reactividad emocional
• Obliga a replantearse el sentido de la vida
• Tiene consecuencias afortunadas o funestas para su protagonista.
Estos cambios van a provocar una ansiedad elevada en uno o en ambos miembros de la pareja, en ocasiones depresiones, o disminuciones de la autoestima, estrés, ira, sentimientos de culpa y pérdida del control de la propia vida.
Esto conlleva una menor calidad de vida y el romanticismo o las demostraciones de afectos tienden a desaparecer.
A su vez estas circunstancias establecen dificultades en la relación de pareja, en los terrenos afectivos y de comunicación que favorecen una disminución o pérdida del interés por la pareja, que también pueden generar ideas de separación y la consiguiente búsqueda de “motivos” reales o no.
Ni que decir tiene que muchas otras parejas se unen más aún frente a la adversidad y se refuerzan positivamente unos a otros. Todo va a depender de todos los factores que veíamos en la ilustración.
Si la crisis ha hecho aparición en vuestras vidas no tengáis la más mínima duda en plantearos la búsqueda de ayuda.
Si el amor os hizo plantearos un hijo, que no sea esto mismo lo que os separe.
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