La pornografía en sí misma no tiene nada de malo, empecemos por ahí. Tampoco lo es tener un arma en casa e ir a disparar de vez en cuando al blanco. Quién dice que eso sea malo. Sin embargo, cuando como en los EEUU se dan las cifras tan altísimas de personas con armas en su casa sí que podemos decir que empieza a ser peligroso. 30.000 muertes anuales por armas de fuego son cifras como para considerar que algo que en principio no era peligroso si lo es cuando muchos las tienen.
Más o menos lo mismo ocurre con la pornografía, cuando todo el mundo la tiene al alcance de la mano, todos los días y solo a un clic el ver escenas de todo tipo, sí que comienza a tener sus problemas. Y es que siempre nos imaginamos al adulto viendo porno, hoy un niño o niña de entre 10 y 12 años ya sus padres le han conseguido un móvil con posible acceso a internet –“para que pueda usar el WhatsApp con sus amigos”- y de las primeras cosas que ese pequeño va a mirar es, a ver de qué va eso de los adultos. Si no él ya se encargarán sus amigos o amigas de enviarles algunas de las miles de fotos o vídeos que circulan por la red.
La conducta sexual humana no viene escrita en los genes, solo la necesidad como especie de reproducirnos, pero el cómo se hace no está definido. La sexualidad hay que aprenderla, viéndola, escuchándola o leyéndola, así lo hace la naturaleza con todas las especies, y si lo primero que vemos es una escena pornográfica eso es lo que el sujeto, sea hombre o mujer, intentará hacer toda su vida.
Si no nos preocupamos por educar a nuestros jóvenes y adultos en educación sexual, la industria millonaria del porno, como la de la droga o las armas, sí lo está haciendo.
Fruto de esta situación tan esperpéntica como que miles de niños no tengan permiso de sus padres para salir a la calle a jugar por miedos sociales, pero en cambio sí puedan viajar por las redes de Internet es la causa de que en consulta sexológica veamos cada vez más casos extraños: Adultos de 25 a 30 que aún no se han atrevido a tener relaciones por miedo a no dar “la talla” aprendida en esas películas. Niños de 15 que me escriben a mi blog angustiados porque se autodiagnostican de eyaculadores precoces al compararse con las “máquinas” de las películas. Pérdidas del deseo en hombres jóvenes y sanos con parejas estables, cientos de rupturas de parejas, millones de mujeres con la sensación de ser meros objetos de uso y otras con la sensación de haber sido engañadas por sus parejas, y un largo etcétera de problemas que hace unas décadas ni existían.
El número de problemas crece día a día pues la conducta sexual humana es muy compleja y a cada uno le va de una forma, la practica de manera distinta a los otros u otras, cada uno la vive o la usa para algo distinto, con lo que realmente el problema es cada vez más complejo también y mientras los gobiernos admiten la pornografía en sus redes se plantean si la educación sexual es útil o no.
Como decía Félix López, Catedrático de Sexología de la Universidad de Salamanca, ya hace años, educación sexual se hace siempre, hables o no con tus hijos, si le hablas, algo le dirás y si no le hablas también le estás diciendo algo: de eso no se habla. Si no educamos a nuestros hijos en sexualidad la industria del porno se encargará de ello.
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